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¿Nace o se hace?

Esta mañana, mientras hablaba con mi madre sobre mi hermano, me vino a la cabeza una pregunta bastante profunda ¿Por qué somos tan diferentes mi hermano y yo si tenemos la misma genética y hemos recibido prácticamente la misma educación? Dicho de otro modo: la personalidad, ¿nace o se hace? Muchas veces he leído que el carácter de una persona se crea en los primeros años de vida. Este es uno de los temas que siempre se han debatido en el mundo de la psicología. ¿Somos lo que somos desde el momento en que nacemos, o también influye la forma y el ambiente en el que nos educan?


Algunos filósofos clásicos, como Platón y Descartes, aseguraban que ciertos aspectos de nuestra personalidad existen ya cuando nacemos, es decir, que desarrollaremos nuestra naturaleza según la genética. Siglos después, Locke hablaba de la tabula rasa, que decía que el hombre no tiene ideas ni principios innatos, sino que adquiere todas las ideas y conceptos de la vida y de la experiencia.


Espera pero, ¿qué es la identidad? Por definición del psicólogo barcelonés Oscar Castillero Mimenza, la personalidad es un patrón de comportamiento, pensamiento y emoción fruto de las situaciones que vivimos. Este patrón explica cómo percibimos la realidad, los juicios que hacemos al respecto o cómo interactuamos con el entorno, siendo en parte heredado y en parte adquirido y después moldeado por la experiencia vital. Surge la creencia de que la personalidad no está totalmente configurada hasta la edad adulta ya que hay un largo proceso de desarrollo hasta su estabilización.


Coincido con la mayoría de las corrientes psicológicas actuales, que afirman que la personalidad se crea y se hace. Por ejemplo, un niño ha heredado la inteligencia de parte de su madre; pero será más o menos inteligente, según la educación que reciba de su familia, de la escuela y de su entorno, es decir, por muy inteligente que sea, si después en la escuela no logra trabajar la mente y no sigue desarrollando esa capacidad, perderá parte de su brillantez; por lo que, podemos afirmar que el entorno y las experiencias diarias nos edifican la forma de ser. Ahora que somos tan conscientes de nuestra influencia en el desarrollo del "yo" de nuestros pequeños ya sea como familiares o como educadores, creo que es buen momento para recordar lo importante que es valorar todos y cada uno de los esfuerzos que llevan a cabo y también el felicitarles por sus logros, del mismo modo que es fundamental corregirles o comunicarles nuestro desagrado cuando cometan errores o cuando actúen de forma inadecuada, siempre desde el respeto y orientado a ser mejores personas.

Referencias bibliográficas:

 


 
 
 

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